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Foto del escritorTony Salgado

Cinco décadas (III A de VIII)

Tony Salgado


 

 

Los sucesos


Ha transcurrido un mes desde el encuentro de los ex compañeros en el restaurante Zurich. Durante el mismo ellos han vuelto a sus actividades diarias habituales, recordando el buen momento transcurrido. 

 

—Hola, Noel. ¿Llamó alguno de los chicos? —le pregunta Bill Duchet a su esposa apenas ingresa en su chalet de San Isidro—. Nos entretuvimos charlando con Julio y se nos hizo tarde.

—No, querido, no llamó ninguno —responde Noel—. Se ve que como se acerca fin de año, las empresas empiezan a preocuparse por sus resultados y tratan de vender hasta lo que no tienen.

—Es lógico; y eso es cierto acá, en la China y especialmente los gringos, que dejan todo para cumplir con sus objetivos anuales. ¿Te acordás cuándo vivíamos en Houston?

—¿Cómo no me voy a acordar, Bill? Desde octubre hasta ya bien entrado enero era una locura. Se sumaban los preparativos para las fiestas más la aceleración de la gente por el spring final… se veía que andaban todos cortando clavos.

—Bueno, por suerte ese era un tema que no me involucraba porque mi futuro no estaba atado a los resultados y en el consulado el ambiente era distinto. Pero los chicos y sus familias sí que ahora lo padecen en ambas empresas. Los precios por barril en los distintos mercados, las cuotas, la especulación; pero ¡en fin!; son las reglas de juego que los dos aceptaron. Y, escúchame, ¿de Grace sabés algo?    

—Sí, hablé con ella esta tarde. Nos invitan a cenar mañana. Sus hijos extrañan a sus abuelos, así que no los podemos defraudar. Además parece que nuestro yerno tuvo una promoción en su laburo, así que lo quieren festejar con nosotros. 

—¡Uy!, había quedado con el entrenador de las inferiores del club en ir a ver cómo andan, mañana; pero lo llamo y lo suspendo. El club Pueyrredón puede esperar hasta la semana próxima para mi consejo. La familia está primero.

—Es lo menos que podés hacer por nuestra hija, Bill. Vamos, la cena está servida y no quiero que se enfríe.

 

En esos mismos instantes, en un cómodo semipiso en Belgrano R, el arquitecto Adrián Crevillén está leyendo un éxito de Jared Diamond, “Armas, gérmenes y aceros”, cuando suena su celular. 

—Hola, Magali, estaba entretenido leyendo un buen libro. ¿Vos, por dónde andás?

—Acabo de salir del cine con Jeanne y vamos a ir a tomar un té. ¿Todo bien por ahí? ¿Me necesitás para algo?

—No, andá tranquila. Pauli llegó hace un rato y me dijo que se iba a tirar un rato, así que después nos preparamos un baguette con jamón y un queso especial que compré y estamos los dos hechos; así que disfruten la salida.

—Bueno, cualquier cosa me avisás al celu. Lo dejo prendido, Chau.

—Mirá, acaba de hacer su aparición nuestra hija, asi que ..chau.

—Hola, pa, ¿qué leés?—le pregunta Pauli a su padre, desperezándose—Si me quedo un rato más en la cama me tienen que ir a levantar mañana. Se ve que vengo acumulando cansancio…

—Estoy leyendo algo muy interesante, escrito por un autor medio compatriota nuestro. Jared Diamond, ¿te suena?

—No, para nada, lo único que me suena por ahora es el sistema digestivo y todos los problemas que puede acarrear si no lo tratamos bien. Estoy repodrida con esto…. ¿De qué se trata tu libro?

—Es sobre cómo distintos factores se sumaron impensadamente para facilitar la conquista de los pueblos originarios de América por parte de los europeos que se llegaron hasta acá..

—¿Ah, sí? Mirá vos. Parece muy interesante el tema… ¿Y cuáles fueron algunos de esos factores, por ejemplo? 

—Mirá, entre otras estaban todas las enfermedades que habían padecido los antepasados de los europeos, que habían sido superadas y se habían generado anticuerpos. Estos gérmenes, a los que ellos eran ya inmunes, viajaron con ellos, atacaron a los aborígenes e hicieron estragos en sus poblaciones. Otro factor fue el uso de armas de fuego, algo totalmente ignorado por estos, y las que les parecían brujería. Y una más fue que ellos estaban esperando la llegada de seres superiores, dioses quizás, y se creyeron que eran ellos..

—O sea que los españoles, portugueses y otros europeos, contaron con todas a favor para poder conquistar estas tierras, ¿no?

—Sí, exactamente, así fue. Y solo así se explica que con tan pocos hombres, comparados con la cantidad de aborígenes que había, los pudiesen doblegar.  

—Bueno, pero fue el mérito de los europeos haberse lanzado a la conquista con unas minúsculas carabelas…..  y déjame que cambie de tema.. ¿hay algo para comer en esta casa? Porque mami no está.

—Chica de poca fe. ¿Qué opinas de una buena baguette con jamón crudo y un quesito francés, todo rociado con un buen Malbec?

—Son las mejores palabras que podía escuchar en este momento, pa. Gracias..

 

—¡Ya salgo para allá, Cristina! —le avisa Julio a su esposa, a punto de dejar la pequeña fábrica textil que mantiene en Garín—. Con suerte, y si no hay kilombo en la Panamericana, en veinte minutos llego.  

—Bueno, Julio, no te hagas problema. Igual el turno lo tengo recién a las siete y media, así que hay tiempo de sobra. Manejá tranquilo.

 

El trayecto desde Olivos a Garín, ida y vuelta, ya le es muy familiar a Julio. Medio siglo transitándolo todos los días, con algunas pequeñas excepciones, hace de él un experto conocedor de todas las alternativas que pueden presentársele en el camino. Hoy es su día de suerte. A la hora prevista ya está en su casa, pero solo por un pocos minutos, ya que habrá de acompañar a su esposa a un turno que tiene con su cardiólogo en el Sanatorio de la Trinidad, en Palermo.    

—¿No estás cansado de tanto traqueteo, Julio? —inquiere su esposa apenas el coche se pone en movimiento—. Creo que ya es momento de que empieces a disfrutar de la vida, le dejes la fábrica a tu segundo, Andrés, y vos  te dediques a controlarla en forma remota, desde casa.

—Sabés que ganas no me faltan, Cris, pero al pibe le queda todavía grande. En cuanto me sienta confiado, te prometo que lo hago. Lástima que nuestro propio hijo no se haya querido hacer cargo.

—¿Lástima, por qué? Menos mal, diría yo. Con toda la mala sangre que te estuviste haciendo durante los últimos años y hasta ahora mismo para sobrevivir, no quiere saber nada. Me pareció excelente que haya seguido su vocación, la tecnología de información. Es el futuro, Julio. 

—Lo sé, lo sé muy bien, Cris. Pero la fábrica lleva ya tres generaciones de Delmontes y yo voy a ser el último. Se me parte el corazón. ¿Qué querés que te diga?

—No creas que no te comprendo. Te entiendo perfectamente, pero uno quiere siempre lo mejor para sus hijos, y convengamos que este no es el mejor país para tener montada una fábrica con capital inmovilizado y obreros que, en cuanto querés echarlos, te hacen un juicio y te revientan.

—También soy consciente de eso, y creo que si mi abuelo y mi viejo lo hubieran sabido, no se habrían metido en este despelote. Pero, bueno, me tocó la peor para bailar y no me puedo arrugar ahora. Ya te dije que en cuanto Andrés esté listo, se lo paso y que sea lo que Dios quiera. Yo lo miraré por TV, como dicen en la cancha.

—Bueno, ya llegamos al sanatorio… No me olvidaré de tu promesa, Julio…

 

—Creo que el espectáculo va a ser muy bueno —Nuria le comenta a su esposo Jorge—, apenas llegan al Casal de Cataluña.

—Espero que lo sea, Nuria. El hecho de traer gente del Liceu y del Palau de Barcelona es una garantía de que vamos a escuchar música de primer nivel.  

—¿Tenés algún detalle de quién participará en esta velada?

—Es una joven cantante llamada Serena Sánez, que hará un recital lírico de arias para soprano ligera, y estará acompañada al piano por Ricardo Estrada. Serán obras de Eva Dell’acqua, Joaquín Rodrigo, entre otros.

—Espero que lo disfrutemos. Nos lo merecemos, Jorge, por apoyar todas las iniciativas que ofrece el Casal.

—No puedo estar más de acuerdo contigo, Nuria. Acá te conocí, nuestro hijo aprendió catalán y música y ahora está viviendo en Barcelona. Mis padres estarían orgullosos de él.

—Y de nosotros, supongo, ¿no?..  aunque sea un poco. No habremos llegado a mucho, pero nunca nos desvinculamos de la cultura de nuestro país.  

—No hables así, querida esposa, porque me trae muy malos recuerdos de una profesora de literatura que tuve en el secundario y que preferiría olvidar.

—De acuerdo. Olvidado el tema. Una pregunta, Jorge. El concierto terminará después de las diez. ¿Que tenés ganas de hacer? ¿Volvemos a cenar por Belgrano o nos quedamos en el Casal?

—Ya estuve pispeando por el comedor. Si fuera por mí, me quedaría. Hoy sirven calsots, de primero; butifarras con porotos, de segundo;  y de postre, crema catalana. ¡Ah!... y pan con tomate para acompañar todo. Más no se puede pedir.

—Somos dos, entonces. Nos quedamos…

 

—¿Hola, Ricardo, hasta qué hora vas a estar atendiendo pacientes esta tarde? —le pregunta Susy a su marido—. Quería llevar a los chicos a la clase de tenis y no sé si esperarte o no.

—A ver…. El último lo tengo a las cinco y media. Dura una hora, así que a las siete menos cuarto me puedo encontrar con ustedes en el club y luego los llevamos a la confitería a tomar algo. ¿Te parece bien?

—Sí, dale buscame en la cancha. Terminan a las siete. No tardes mucho, que no quiero que se enfríen.

—Tranqui..  desde el consultorio, en quince minutos estoy ahí.

 

 La cita es, desde luego, en el Belgrano Athletic, de la calle Virrey del Pino, el club de toda la vida de Ricardo, de Susy desde que se casaron, y de sus hijos y nietos desde que llegaron al mundo. ¿A qué otro lugar podrían ir, si no era a él? 

—¡Mirá cómo le pega Agustín! —le dice Susy a Ricardo apenas llega al lado de ella—. El profe dice que está haciendo muchos progresos rápidamente.

—Es lo que dicen todos, Susy, para retener a sus alumnos. ¿Te imaginás a alguno diciendo: su nieto es un desastre, no me lo traiga más? Por eso no hay que creerles mucho. Pero bueno, ahora que lo veo, creo que sí, le está pegando bastante bien, y tanto de drive como de revés…

—¿Viste, desconfiado? Ustedes, los psicólogos, siempre buscándole la quinta pata al gato, cuando no la tiene.

—Sí, ya sé. Es una malformación de mi profesión. ¿Y de Estelita, qué dice su profe?, ¿algo bueno de ella?

—No, es muy chica todavía. Las clases son como una especie de juego para que se vayan acostumbrando a hacer ejercicios con las pelotas. Pero la veo muy interesada y participativa. Hay otras nenas que no quieren saber nada y se aburren como hongos en las clases, las pobrecitas.

—Bueno, por lo menos y ya que salen bastante saladas a sus padres, que las aprovechen bien. Se ve que nuestros nietos heredaron nuestros genes, Susy. Vos también fuiste siempre muy competitiva en el deporte. Me acuerdo que cuando te iba a buscar al Normal, para tus compañeras eras la ídola en pelota al cesto, antes de que reconvirtieras al tenis acá. 

—Así era, mi estimado Ricky, y vos en un momento eras la estrellita en las inferiores de rugby del club, y con eso me terminaste enganchando. Mirá vos, después de tantos años jugando nosotros, ahora haciéndoles gamba a nuestros nietos del lado de afuera de la cancha.  

—¡Y en especial al mayor, Gustavo! Lástima que hoy no entrena su categoría. Con su profesor jugamos juntos algunos años y nos entendíamos bastante bien en la cancha. Ya está medio viejito ahora para enseñar, pero a los pibes les cae muy bien. Este sábado a la mañana a lo mejor lo voy a Gustavo. Juegan de visitantes con el SIC.

—Me parece muy bien. Bueno, terminaron… Los llevamos a la confitería. Deben estar los dos muertos de sed.  

—Dale, vamos, yo me prendo con un cafecito. Lo preparan muy bien.

—Y yo con un té pelado. Hay que guardar la silueta… ¡Vamos, chicos, a la confiería! Están transpirados y no quiero que se enfríen, si no después sus padres nos retan a nosotros, y con razón. 

 

—¿A ver cómo te queda esta campera? Sí, es el talle correcto ¿Te gusta o es demasiado chillona? —le está preguntando Higinio a un muchacho que entró hace un rato a su local deportivo de Ríver, al lado del Cine Arteplex, en Cabildo, a metros de Congreso—. Llevatela. Está muy bien de precio y no te vas a arrepentir.

—Eso de estar bien de precios es relativo —contesta el muchacho—. Lo será para los que tienen guita, pero para los que tenemos que agachar el lomo todo el día, no creo que sea tan barata.

—Bueno, es un decir. Pero nosotros no te creas que hacemos un negoción con estas ventas. Entre la franquicia que nos cobra el club, más los impuestos y los servicios que hay que pagar, y que suben todos los meses sin parar, no nos queda mucho. Además, nunca sabés el precio que vas a tener que pagar cuando tengas que reponer la mercadería.

—Sí, sí, ya veo. Los comerciantes siempre llorando, como si vivieran en la miseria; pero mirá el negocio que tenés montado en pleno Belgrano, a la vista de todos, y con productos auténticos de “la banda”, ¿o no es así, hermano?  

—Tenés razón, pero sabés cómo tuve que remar para llegar hasta acá. ¿O vos te creés que esto me lo regaló el Espíritu Santo? Tengo casi setenta pirulos y estoy en esto desde pibe, primero como jugador promesa, pero  que luego de una lesión seria, tuvo que cambiar de rumbo y de país como técnico de equipos de cuarta para seguir galgueándola. Nadie te regala nada en este mundo. Lo único que te llega gratis es cuando la palmás.  

—Bueno, viejo, todo este discurso por una camperita… Decí que es del millo, que si no, no me la llevo. A ver, en cash, cash, ¿a cuánto me la podés dejar?

—Mirá, por ser vos, viendo cómo la peleás, y solo por hoy, un 5% de descuento y pará de contar. Agarrala antes de que me arrepienta.  

—Bueno, dale. Me la llevo. Y, por curiosidad, qué te pasó para que de gran promesa, terminaras llevando equipos de cuarta y ahora vendiendo ropa?

—Un rotura de meniscos hace cincuenta años, ni más ni menos. En esa época no era como ahora, que te operan con un joystick y casi sin cortarte. Antes toda esta tecnología no existía y una lesión así significaba el fin de tu carrera, como me pasó a mí entonces.

—¡Qué cagada! Lo siento, pero no me des más detalles porque me va a remorder la conciencia que me hayas hecho ese descuento. Chau, amigo, y suerte con el local.  

—Chau, pibe. Disfrutala… ¡Hola, Rosalía, vi tu mensaje, pero estaba con cliente! Ahora tengo tiempo… ¿cómo anda todo por ahí?  

—Bien, pa, te llamaba porque quería ver si me podías hacer un favor esta noche. Queríamos ir a ver con Oscar una peli que creemos que nos gustará mucho y que dan en Belgrano, y quería pedirte por favor si podrías quedarte con los chicos hasta que volvamos.  

—¡Sí, hija, por supuesto! Es una alegría para mí estar con ellos. Sabés que me ayudan mucho a no extrañar tanto a Ana, así que contá con eso. ¡A qué hora querés que esté en tu casa?

—A eso de las nueve, ¿te parece bien? Los chicos ya habrán cenado y te dejo la comida preparada para vos. Nosotros creo que para las doce ya estamos de vuelta.  

—A las nueve en punto estoy por ahí. No se preocupen por los chicos y disfruten de la peli, que se lo merecen. 

 

Continúa en el Capítulo III B de VIII…

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