La playa
....Viene del Capítulo VIII A de XIV
—Tranquilo, mi poder de síntesis se ajusta a los tiempos, así que comienzo. Soy ingeniero civil y soy uno de los socios de una empresa que se dedica a la instalación de paneles solares.
—Veo que vamos avanzando en cuanto a los progresos de la tecnología, de la que nos servimos cada uno de nosotros —acota Ovidio— ¿O me equivoco?
—No, Ovidio, no te equivocás. Efectivamente, la tercera y última revolución tecnológica, por lo menos hasta ahora, se basó en el silicio, ya que es su piedra angular. Esta tecnología es una de las industrias de más rápido crecimiento en Estados Unidos, nació en el Silicon Valley de California y crea actualmente decenas de miles de empleos. Lo increíble fue que sus primeros consumidores no fueron los fanáticos de la tecnología sino unos hippies que cultivaban cannabis en las sierras vecinas, que se extasiaron con los primeros paneles. Así que gracias muchachos.
—Extraño comienzo. ¿Y cómo empezaron a crecer? —Ovidio dixit.
—Apareció un tipo que se dio cuenta que este grupo, para vivir de una manera alternativa, necesitaba enseres y comestibles, por lo que abrió una tienda. Parece que un día sacó un par de fotovoltaicas que había rescatado de un programa espacial; las conectaron y todos los hippies se enloquecieron y quisieron comprar estos elementos. Esos primeros paneles solares tenían sólo nueve vatios, podían encender una pequeña linterna y costaban casi mil dólares; pero como tenían dinero gracias a la producción de marihuana y querían un estilo de vida verde, compraron mil paneles. Pero el resto del mundo no era ni tan rico ni tan idealista, por lo que el desarrollo de la industria fue largo y lento.
—¿Y cuál es su principio de funcionamiento? —esta vez es Ernesto quien quiere saber más.
—El silicio tenía una propiedad interesante: cuando la luz llegaba, podía hacer que se desprendieran los electrones que mantenían a los átomos juntos, y cuando quedaban libres, vagaban sin destino, por lo que el desafío era entonces darles un propósito. Vieron que poniendo materiales en la superficie de la célula, si un electrón se acercaba, ella lo podía atraer y el electrón desplazado dejaba un hueco. Se trató entonces de diseñar una célula solar eficiente para que los electrones saliesen por un cable y los huecos por otro. El desafío era hacerlo más eficiente y barato en forma progresiva.
—Algo progresivo a la ley de Moore, ¿tal vez? —pregunta Ovidio.
— Así es; la ley de Swanson predijo que cada vez que el número de células solares en el mundo se duplicara, el costo de cada una bajaría un veinte por ciento; y así fue. Los precios han caído desde cien dólares por vatio en los años setenta a menos de un dólar en la actualidad; y esto explica el despegue de la industria solar. Actualmente, en lugares soleados donde la electricidad es cara, como California, Japón o Italia, el costo de suplir un vatio de energía con una célula solar ya es similar al de generarlo usando carbón o gas. Y se cree que el precio podría caer aún más, por lo que pronto podrá ofrecerse energía barata y abundante sin las consecuencias de la contaminación actuales. Eso sería revolucionario... y todo gracias al potencial que guarda la arena con la que jugamos en la playa.
—Excelente, Héctor. Gracias por compartirlo —comenta Ovidio—. Creo que es momento de ir volviendo. Las chicas ya deben estar poniéndose de mal humor. Pero mientras vamos caminando, Osvaldo, por qué no nos comentas cuál es la visión de la Iglesia sobre todos estos progresos de la tecnología?
—Sí, ¿cómo no? Vamos andando y para contestarles, voy a usar unas palabras de un cura español del que escuché decir hace ya casi veinte años, que tanto la investigación humanística como la teológica están de acuerdo en la importancia de la informática en la búsqueda y la transmisión del saber para el enriquecimiento del hombre. Pero, por otro lado, existe una peligrosa idolatría de los medios que puede ser muy peligrosa. Con información falsa podemos utilizar a la gente como queremos y, por lo tanto, no respetar a las personas como valor absoluto y como imagen de Dios. Ya saben que los medios pueden ser tenidos para servir al hombre pero, al mismo tiempo, también ser terreno fértil en el que crezcan las semillas de peligrosos fines.
—¡Ya!, me parece bien lo que decís, Osvaldo, pero en concreto ¿está de acuerdo con el espectacular progreso tecnológico que estamos comentando? —inquiere Héctor.
—Por supuesto que sí. No tendría motivos para oponerse. Lo único que manifiesta es su gran preocupación, dado que lo que era hasta hace no mucho una herramienta para pocos, ya es dominio de prácticamente todos y eso representa un gran progreso, pero a la vez encierra un gran peligro. Puede ser un grandioso espacio para optar por el valor de la sencillez y para que la Verdad pueda llegar a todos o, por el contrario, transformarse en un paso hacia más hacia lo intrascendente y banal.
—Sí, en eso estamos de acuerdo, Osvaldo —la verdad es que en la televisión, por ejemplo, cada vez hay más idiotez y cuesta encontrar programas que sean buenos para los chicos.
—De eso se trata, justamente. Los mensajes y sus contenidos necesitan cuerpo y carne para que hagan historia, por ejemplo la carne de la Buena noticia como medio para llegar al hombre y sus circunstancias. Creo que debemos mirar en la historia para apuntar hacia el futuro y estas nuevas formas de comunicación hacia un mundo nuevo deben servir para la reflexión y ayudar al hombre y a la mujer a ser más humanos. El hombre no debe dejar de ser hombre por dejarse superar y esclavizar por aquello que debe estar a su servicio.
—Clarísimo Osvaldo y gracias por compartirlo —responde Ovidio—. ¡Pero buenooo, miren, ya llegamos! ¿No nos extrañen más chicas, aquí estamos!
—¡Bueno, ya era hora! ¿no? —Clarita recibe a Héctor, su marido, con las manos en la cintura—. Y después dicen que nosotras somos las chismosas.
—¡Sí, Clarita tiene razón! —Mechi se suma a la queja de su vecina, dirigiéndose a Ernesto y Osavaldo—. ¿Pero qué se contaron? ¿La vida? Y yo, que creía que los curas eran personas reservadas.
—¡Bueno, muchachos, los chicos son todos suyos durante la próxima hora! —sentencia Ester—. Así que Ovidio, encárgate con tus amigos de ellos, que nosotras nos vamos a caminar y luego al agua. ¿Vamos, chicas?
Y así fue como Ovidio García Prieto, Héctor Méndez Achával, Ernesto Urquijo y Osvaldo Mendoza debieron hacerse cargo de los seis niños en el parador del balneario de Pinamar, mientras el hambre comenzaba a inquietarlos.
Sin embargo, ese tiempo fue utilizado muy productivamente por nuestros cuatro personajes, quienes estuvieron de acuerdo en que, de algún modo, debían agradecerle al silicio el hecho de que se hubieran podido desarrollar profesionalmente y mantener a sus familias.
Al cabo de un rato decidieron que durante ese año iban a implementar algunas ideas concretas para ello, lo que efectivamente así ocurrió.
Cuando regresaron al año siguiente, el parador recibió a sus visitantes con un pomposo cartel que rezaba “En agradecimiento al SILICIO presente en la arena de este lugar, un silencioso pero fundamental actor en nuestras vidas”.
El bar “LA SÍLICE”, refaccionado y luciendo su nuevo mobiliario alojó gustosamente a quienes visitan el parador a partir de entonces.
El Colegio Highlands de Vicente López, al norte de la Ciudad de Buenos Aires, cuenta en un costado del patio abierto con un SUM dedicado, entre otras actividades, a que los niños y jóvenes puedan aprender a utilizar los últimos adelantos tecnológicos que fueron aconteciendo desde entonces.
El SUM está construido en su totalidad por vidrio opaco templado, con una estructura de aluminio anodizado. Está vinculado con las redes exteriores por fibras ópticas, que se reemplazan cada vez que su capacidad de comunicación las hace obsoletas. Su energía proviene de paneles solares que, al igual que las fibras, se van actualizando con lo último disponible en el mercado.
¡Ah, y lo más importante! La obra fue inaugurada por el Ministro de Educación de la Nación y bendecida por un sacerdote pariente de uno de los tres benefactores.
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